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sábado, 7 de noviembre de 2015

ESA PENA DE ESCORIA. (CHARLES BUKOWSKI)


El poeta Víctor Valoff no era un gran poeta. Tenía reputación local, les gustaba a las señoras y su mujer le mantenía. Siempre estaba dando lecturas en las librerías locales y a menudo se le oía en la radio estatal. Leía con voz sonora y espectacular, pero el tono nunca variaba. Víctor siempre estaba en trance. Supongo que era eso lo que atraía a las damas. Algunos de sus versos, por separado, parecían tener alma, pero si los considerabas todos como un conjunto, te dabas cuenta de que Víctor nunca decía nada, aunque lo dijera a gritos.

Pero Vicki, como la mayoría de las señoras, se dejaba deslumbrar fácilmente por los cretinos e insistió en ir a una lectura de Valoff. Era un viernes por la noche y hacía bastante calor en la librería feminista-lesbiana-revolucionaria. No cobraban entrada. Valoff leía gratis. Y además habría una exposición de ilustraciones suyas después de la lectura. Sus ilustraciones eran muy modernas. Un toque o dos, normalmente en rojo, y un pequeño epigrama en un color que hiciese contraste. Las muestras de su sabiduría eran de este calibre: Me afecta mucho el cielo verde, lloro azul, azur, azul, azur, azul...
Valoff era inteligente. Sabía que azul podía nombrarse de dos modos.



Había por allí fotos de Tim Leary. Carteles de PROCESEMOS A REAGAN. A mí me dejaban indiferente los carteles de PROCESEMOS A REAGAN. Valoff se levantó y caminó hasta el podium, con media botella de cerveza en la mano.
—Mira —dijo Vicki—, mira qué cara. ¡Cómo tiene que haber sufrido!
—Sí —dije—, y ahora me toca a mí sufrir.
Valoff tenía un rostro bastante interesante..., comparado con la mayoría de los poetas. Pero,
comparado con la mayoría de los poetas, casi todo el mundo lo tiene.
Victor Valoff comenzó:

«Al este del Suez de mi corazón
comienza un zumbar zumbar zumbar
silencio sombrío, sombra silenciosa
y de pronto llega el verano
viene directamente como un
defensa driblando hasta llegar a la meta
de mi corazón.»

Víctor gritó el último verso y, mientras lo hacía, alguien cerca de mí dijo:«¡Maravilloso!» Era una poetisa feminista local que se había cansado de los negros y se tiraba a un doberman en su dormitorio. Era pelirroja, con trenzas, ojos apagados, y tocaba la mandolina mientras leía su obra. Casi toda su obra se refería a algo relacionado con la huella de un bebé muerto en la arena. Estaba casada con un médico que no se dejaba ver (al menos tenía el buen sentido de no asistir a lecturas de poesía). Este doctor le pasaba una cantidad generosa para subvencionar su poesía y alimentar al doberman.
Valoff continuó:

«Dique y duque y día derivado
fermentan tras mi frente
del modo más implacable
oh sí, del modo más implacable.
Avanzo dando tumbos a través de la luz y las tinieblas...»
—En eso le doy la razón, mira —le dije a Vicki. —Cállate, por favor —contestó.
«Con un millar de pistolas y un millar de esperanzas irrumpo en el porche de mi mente para asesinar
a un millar de papas.»
Busqué mi mediana de cerveza, la destapé y bebí un buen trago.
—Oye —dijo Vicki—, siempre te emborrachas durante las lecturas. ¿Es que no puedes dominarte,
hombre?
—Me emborracho con mis propias lecturas —dije—. Tampoco puedo soportar mi obra.
—Caridad engomada —continuaba Valoff—, eso es lo que somos, caridad engomada engomada
engomada engomada caridad...

—Ahora dirá algo de un cuervo —dije.
—Engomada caridad —continuó Valoff— y el cuervo para siempre...
Se me escapó la risa. Valoff la reconoció. Me miró.
—Señoras y señores —dijo—, esta noche tenemos entre nosotros al poeta Henry Chinaski.
Se oyeron bisbiseos. Me conocían. «¡Cerdo sexista!» «¡Borracho!» «¡Hijo de puta!»
Eché otro trago.
—Continúa, por favor, Victor —dije.
Continuó.

... condicionada bajo la joroba del valor
el sintético rectángulo inminente y trivial
no es más que un gene en Genova
un cuadrúpleto Quetzalcoatl
y la china llora llora agridulce y bárbara
en su manguito.

—Es maravilloso —dijo Vicki—, pero ¿de qué está hablando?
—Habla de amorrarse al pilón.
—Ya me parecía a mí. Es un hombre maravilloso.
—Espero que se amorre al pilón mejor que escribe.

Pena, Dios santo, pena mía,
esa pena de escoria,
barras y estrellas de pena,
cataratas de pena,
mareas de pena,
pena a destajo
por todas partes...
—Esa pena de escoria —dije—. Me gusta eso. —¿Ha dejado ya de hablar de amorrarse al pilón?
—Sí, ahora dice que no se encuentra bien.
... una docena de panadería, primo de un primo admite la estrectomicina
y, propicio, devora mi
gonfalón.
Sueño el plasma de carnaval
a través de frenético cuero...»

—¿Y qué dice ahora? —preguntó Vicki.
—Dice que ya está en condiciones de volver a amorrarse al pilón.
—¿Otra vez?

Victor leyó algo más y bebió algo más. Luego, pidió un descanso de diez minutos y el público se levantó y se amontonó alrededor del podium. Vicki se acercó también. Hacía calor allí dentro y salí a la calle a tomar el fresco. Había un bar a media manzana. Pedí una cerveza. No había demasiada gente. En la tele, daban un partido de baloncesto. Estuve viéndolo. Me daba igual quien ganase, claro. Mi único pensamiento era, Dios santo, cómo corrían aquellos tipos de un lado a otro, de un lado a otro. Deben de tener los suspensorios empapados de sudor. Y el ojo del culo debe de olerles a rayos. Tomé otra cerveza y volví a la guarida de la poesía. Valoff había empezado otra vez. Se le oía desde la calle, a media manzana de distancia.

«Choke, Columbia, y los caballos muertos de
mi alma
me saludan a las puertas
me saludan durmiendo, historiadores
ven este tiernísimo pasado
que salta con
sueños de geisha, traspasado del todo de
impertinencia.»
Encontré libre mi asiento junto a Vicki.
—¿Qué dice ahora? —me preguntó.
—No dice gran cosa, en realidad. Lo que dice en esencia es que no puede dormir por las

noches. Debería buscarse un trabajo.
—¿Dice que debería buscarse un trabajo?
—No, eso lo digo yo.

«... el lemming y la estrella fugaz son
hermanos, la disputa del lago
es El Dorado de mi
corazón. Ven toma mi cabeza, ven toma mis
ojos, zúrrame con consuelda...»

—¿Y ahora qué dice?
—Dice que necesita una mujer gorda y grande que le dé marcha.
—No seas ganso. ¿De verdad dice eso? —Los dos lo decimos.

«... podría devorar el vacío,
podría disparar cartuchos de amor en la oscuridad
podría mendigar toda una India por tu regresivo estiércol...»
En fin, Victor siguió y siguió y siguió. Una persona cuerda se levantó y se fue. Los demás nos quedamos.

«... digo, arrastra los dioses muertos a través del
garranchuelo.
Digo la palma es lucrativa,
digo, mira mira mira
a nuestro alrededor:
todo amor es nuestro
toda vida es nuestra
el sol es nuestro perro al extremo de una correa
nada hay que pueda derrotarnos
a la mierda el salmón
no tenemos más que estirar la mano
no tenemos más que arrastrarnos y salir de
sepulcros evidentes,
la tierra, el barro,
la esperanza en tartán de acechantes injertos a nuestros propios
sentidos. Nada tenemos que tomar y nada que
dar, no tenemos más que
empezar, empezar, empezar...»
—Muchísimas gracias —dijo Victor Valoff—, por haber venido.

El aplauso fue muy ruidoso. Siempre aplaudían. Victor estaba esplendoroso en su gloria. Alzó la misma botella de cerveza. Logró incluso ruborizarse. Luego, sonrió, una sonrisa muy humana. A las damas les encantó. Bebí un último trago de mi botella de whisky.
Todos le rodearon. Les daba autógrafos y contestaba sus preguntas. A continuación, sería la

exposición de sus obras de arte. Conseguí sacar a Vicki de allí y subimos la calle hacia el coche.
—Lee con gran vigor —dijo ella.
—Sí, tiene buena voz.
—¿Qué te parece su obra?
—Muy fina.
—Creo que le tienes envidia.
—Entremos aquí a beber algo —dije—. Retransmiten un partido de baloncesto.
—Bueno —dijo ella.
Tuvimos suerte. El partido no había terminado. Nos sentamos.
—Caramba —dijo Vicki—, ¡mira qué piernas tan largas tienen esos tipos!
—Bueno, ahora te escucho —dije—. ¿Qué vas a tomar?
—Whisky con soda.

Pedí dos whiskies con soda y vimos el partido. Aquellos tipos corriendo de un lado a otro, sin parar. Maravilloso. Parecían muy emocionados por algo; no había mucha gente en el local. Fue lo mejor de la noche.

domingo, 1 de noviembre de 2015

IRRACIONAL AMOR



Irracional amor,

tonto amor.

Tocas mi puerta

y no respondo.

La tocas de nuevo,

me entrego a ti.

Y como la arena seca

me ensucias con tu maldita piel.

Pero llega el invierno,

y del cielo del cual murmurabas,

ahora caen gotas de sudor.

De ti,

entonces,

maldita arena,

nacen los pétalos

que forman el sol de mi existencia.

Irracional amor,

tonto amor.

Me llenas,

me enjugas,

me golpeas,

me haces vivir.
 

jueves, 29 de octubre de 2015

CEMENTERIO


 
El sudor se paseaba por mi frente y parecía que el sol se empeñaba en amargar mí ya amargada existencia. Aquel bus en el que me transportaba era un horno por dentro. Sí, eso, un maldito horno. En él iban solo unos cuantos estudiantes universitarios también empapados en sudor. Nuestra compañía ese mediodía era el sol, el sudor y un grajo con olor a cebolla que parecía disfrutar del viaje. Afortunadamente yo no iría muy lejos. Solo eran quince minutos hasta el trabajo de mi novia en una reconocida Universidad.
-Ya puedes salir. Voy llegando.- Le dije por teléfono a ella. Su oficina estaba en el lugar más alejado de la Universidad, y con el sol yo no me la llevaba bien, ni el conmigo, manteníamos una relación distante y cordial así que yo no tenía la mas mínima intención de caminar largas distancias.
-Ok patrón.
-Este sol hoy amaneció amargado.
-No seas niña.
Cinco minutos después me baje de aquel infierno y me dirigí hacia la única sombra en kilómetros; bajo un árbol al lado de un cementerio. Solo deseaba que me recogieran pronto. Los cementerios me producen el mismo terror de día que de noche. Aquel cementerio era algo abandonado. Pero a los muertos le daba igual. Me detuve a ver las flores. Era evidente que hace mucho no eran reemplazadas. Pero a las tumbas eso les daba igual. A lo lejos se veía acercarse una figura. La única figura humana aquella hora. Así que dude si estaba viva o era un muerto más buscando cambiar las flores que su familia ignoro. Se detuvo frente a una tumba, al lado de un árbol seco. Se persigno. Y empezó a hablar. Solo veía mover sus labios de manera desordenada. Los movía sin parar. Tal vez le daba igual hacerlo así porque era consciente que nadie le escuchaba. Era un anciano con ropa elegante. Se agacho y con sus manos limpio aquella tumba. Aun yo dudaba si era su propia tumba, o la de su inerte amada. Al cabo de dos minutos se marchó. A lo lejos lo vi subirse a su automóvil. Los muertos no manejan, así que comprendí que la tumba no era suya. Una esposa, un hijo, una madre, un amigo que le debía dinero y fue a insultarlo. No lo sé. Aquel viejo veía tan pronto su muerte que la visitaba para acostumbrarse a su eterna compañía. Al rato llego mi novia.
-¿Por qué tan pensativo?- Preguntó mientras veía a través de la ventana del automóvil.
-Si el sol se muriera. Creo que no visitaría su tumba.
-No seas niña.

sábado, 24 de octubre de 2015

Instrucciones para subir una escalera (CORTAZAR)




Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
FIN

domingo, 18 de octubre de 2015

DESEO


 

Deseo el olor a café habitando como perro fiel en mi cocina, el gratuito espectáculo de la luna, el tesoro del pirata, comerme fritos a “Los 3 cerditos”, escupirle en las ojeras al presidente, no pagar el bus, subir el Everest en escalera eléctrica, cachetear a Maradona, montar a caballo, que los perros hablen, que tu amor sea solo mío, que mi colchón tenga brazos, que los pájaros no me despierten temprano, que no me salgan pelos en el trasero, que el mar se desquite, que Pavarotti resucite, que Bukowski también, que la vejez me trate bien, que los gases de los demás huelan a flores, que la viuda robe los secos huesos de su inerte amado, que la pizza adelgace, que las letras nunca mueran, que el sol descanse de tanto trabajo, que el campesino gobierne, pero sobretodo, te deseo a ti.

 
Soy Plauto.

sábado, 17 de octubre de 2015

POEMAS


IRRACIONAL AMOR

Irracional amor,

tonto amor.

Tocas mi puerta

y no respondo.

La tocas de nuevo,

me entrego a ti.

Y como la arena seca

me ensucias con tu maldita piel.

Pero llega el invierno,

y del cielo del cual murmurabas,

ahora caen gotas de sudor.

De ti,

entonces,

maldita arena,

nacen los pétalos

que forman el sol de mi existencia.

Irracional amor,

tonto amor.

Me llenas,

me enjugas,

me golpeas,

me haces vivir.

 

DULCE ETERNIDAD.

Guerras interiores

Que el corazón

Y el norte

Se empeñan en desatar.

La veo

Y suspiro.

La contemplo

Y no lo creo.

La toco

Y me conmociono.

La acaricio

Y no lo creo.

La beso

Y vuelo.

Alto.

Muy alto.

La beso

Y no lo creo.

Estar a su lado,

Entonces,

Se convirtió en mi vida.

En más que mi vida.

En mi dulce eternidad.



Soy Plauto.

viernes, 16 de octubre de 2015

CUENTOS/RELATOS

CEMENTERIO

El sudor se paseaba por mi frente y parecía que el sol se empeñaba en amargar mí ya amargada existencia. Aquel bus en el que me transportaba era un horno por dentro. Sí, eso, un maldito horno. En él iban solo unos cuantos estudiantes universitarios también empapados en sudor. Nuestra compañía ese mediodía era el sol, el sudor y un grajo con olor a cebolla que parecía disfrutar del viaje. Afortunadamente yo no iría muy lejos. Solo eran quince minutos hasta el trabajo de mi novia en una reconocida Universidad.

-Ya puedes salir. Voy llegando.- Le dije por teléfono a ella. Su oficina estaba en el lugar más alejado de la Universidad, y con el sol yo no me la llevaba bien, ni el conmigo, manteníamos una relación distante y cordial así que yo no tenía la mas mínima intención de caminar largas distancias.

-Ok patrón.

-Este sol hoy amaneció amargado.

-No seas niña.

Cinco minutos después me baje de aquel infierno y me dirigí hacia la única sombra en kilómetros; bajo un árbol al lado de un cementerio. Solo deseaba que me recogieran pronto. Los cementerios me producen el mismo terror de día que de noche. Aquel cementerio era algo abandonado. Pero a los muertos le daba igual. Me detuve a ver las flores. Era evidente que hace mucho no eran reemplazadas. Pero a las tumbas eso les daba igual. A lo lejos se veía acercarse una figura. La única figura humana aquella hora. Así que dude si estaba viva o era un muerto más buscando cambiar las flores que su familia ignoro. Se detuvo frente a una tumba, al lado de un árbol seco. Se persigno. Y empezó a hablar. Solo veía mover sus labios de manera desordenada. Los movía sin parar. Tal vez le daba igual hacerlo así porque era consciente que nadie le escuchaba. Era un anciano con ropa elegante. Se agacho y con sus manos limpio aquella tumba. Aun yo dudaba si era su propia tumba, o la de su inerte amada. Al cabo de dos minutos se marchó. A lo lejos lo vi subirse a su automóvil. Los muertos no manejan, así que comprendí que la tumba no era suya. Una esposa, un hijo, una madre, un amigo que le debía dinero y fue a insultarlo. No lo sé. Aquel viejo veía tan pronto su muerte que la visitaba para acostumbrarse a su eterna compañía. Al rato llego mi novia.

-¿Por qué tan pensativo?- Preguntó mientras veía a través de la ventana del automóvil.

-Si el sol se muriera. Creo que no visitaría su tumba.

-No seas niña.

 

Soy Plauto.



LA LLUVIA ES BUENA COMPAÑERA


Aquella madrugada me desperté lo cual era común, nunca era capaz de dormir de corrido hasta la mañana siguiente, lo cual lo envidiaba de quienes lograban esa proeza. Pero no eran sueños agitados o ganas de ir al baño, alguien o algo parecía golpear mi ventana. Eran gotas de lluvias que querían entrar a mi habitación. Tal vez tenían frio. Da igual, no las deje entrar. A mi cuarto solo entraba yo. Las ignore, pero ellas insistían y el sueño así me era imposible conciliarlo. Me levante de la cama, abrí la puerta con recelo y me dirigí al baño. Odiaba salir de mi cuarto en la madrugada. El mito de la llorona también se despertaba en mi mente a aquellas horas. Salí del baño, dirigí mi mirada hacia la silla para comprobar que la llorona no estuviera ahí sentada esperándome para satisfacer su ansia de espantar cualquier idiota. Me dirigí hacia la cocina y agarre cualquier alimentó que llenara lo que creía era hambre.  Luego solo me senté enfrente de la ventana a esperar que las gotas se agotaran de aquella nube que insistía en humedecer las calles de mi barrio. Al rato escucho una puerta abrirse interrumpiendo el sepulcral silencio de la sala. Era mi mamá. Sentí como se acercó.

-A cualquiera puedes espantar así. -Dijo mientras se unía a la vista de la calle- Una figura humana sentada en la oscuridad de una sala durante una madrugada lluviosa solo parece un espanto.



Comprendí que aquel temor sobrenatural no era solo una idea personal.
-Me gusta ver la lluvia.
-¿Pero en la madrugada? Cada loco con su tema.



Tenía razón. Me quede un rato más esperando que me diera un poco de sueño. Pero aquellas gotas cayendo tenían un embrujo particular. El sonido mientras caían y su reflejo frente a cualquier espacio de luz causaban cautivo. Pero me aburrí al rato de media hora. Decidí entonces salir. Tal vez la sensación de las gotas sobre mi cabeza causaran un embrujo aún más particular. Así fue. Mientras caminaba por aquellas calles era fácil concentrarse solo en la lluvia. No sabía si yo le pertenecía o ella me pertenecía a mí. Solo la disfrutaba. La lluvia es buena compañera. Más aun en la madrugada, aunque te robe el sueño, ella intenta compensarlo haciéndot
e disfrutar de un buen paseo. Lo comprendí. Pronto llegue a un parque cercano, estaba tan solo que ahora era fácil imaginar relatos de Katzenbach o Stephen King. Las luces estaban encendidas pero solo aumentaban el misterio. Decidí sentarme en uno de los columpios empapados al igual que yo. Y viendo las calles me preguntaba por qué  aun a aquella hora de la madrugada aun pasaban carros. Aunque eran pocos. Tal vez la lluvia no les dejara dormir. Pero caí en cuenta que al único ser humano al cual la lluvia no le produce sueño sino insomnio era a mí. No habían pasado 10 minutos cuando escuché un ruido. Cualquier ruido en medio de la madrugada causa terror, y este no fue la excepción. Era un pequeño lamento y de nuevo la idea de espantos latinoamericanos como La Llorona, la Patasola, el Jinete sin Cabeza y otros aparecieron en mi cabeza. Pero comprendí que hasta ellos no eran tan esquizoides como para salir en medio de la lluvia. Intente comprender de donde venía aquel lamento que parecía cada vez más un aullido. Y de pronto lo pude ver. Era un perro mediano escondido bajo una de las bancas.

-Hey hey!
Amiguito.

Solo me miraba. Quería acercarse pero al parecer odiaba el agua. Yo Pensaba que era cuestión de gatos. Luego de dudarlo varias veces se acercó. Y apenas recibió la primera caricia pareció reaccionar como si me conociera de toda la vida. No lo pensé dos veces y empecé a caminar de nuevo, sabía que me seguiría,  y era mi intención. Pronto llegamos a la casa y parecía que nunca iba a amanecer. La lluvia aun caía y cada vez más torrencial. En la terraza me senté en la compañía de aquel extraño ser que parecía tener alma. Al parecer disfrutaba de mi compañía. Era mutuo. Se acostó a mis pies. También disfrutaba viendo la lluvia. Si tan solo pudiera hablar sería perfecto. Pero no lo cuestione. En medio del abrazo de la madrugada entendí que la paz es tan fácil conseguirla debajo de la lluvia y al lado de un perro.
Poco a poco las
gotas se fueron disipando y al mismo tiempo el sol intentaba salir de su habitación. Al tiempo que las nubes de lluvia desaparecieron, los rayos de sol poco a poco se empezaron a adueñar de las calles. Fue ahí cuando mi nuevo amigo se levantó y se dirigió de nuevo a su hogar, tal vez al lado de una niña caprichosa, o de una viuda solitaria. Nunca supe su nombre. Y la lluvia se atrevió a despedirse en la lejanía, al menos ella sí lo hizo. A lo lejos parecía burlarse de mí. No haberme dejado dormir fue su trofeo aquel día. No la juzgo, es buena compañera.




Soy Plauto.

 
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