El sudor se paseaba por mi frente y parecía
que el sol se empeñaba en amargar mí ya amargada existencia. Aquel bus en el
que me transportaba era un horno por dentro. Sí, eso, un maldito horno. En él
iban solo unos cuantos estudiantes universitarios también empapados en sudor.
Nuestra compañía ese mediodía era el sol, el sudor y un grajo con olor a
cebolla que parecía disfrutar del viaje. Afortunadamente yo no iría muy lejos.
Solo eran quince minutos hasta el trabajo de mi novia en una reconocida
Universidad.
-Ya puedes salir. Voy llegando.- Le
dije por teléfono a ella. Su oficina estaba en el lugar más alejado de la
Universidad, y con el sol yo no me la llevaba bien, ni el conmigo, manteníamos
una relación distante y cordial así que yo no tenía la mas mínima intención de
caminar largas distancias.
-Ok patrón.
-Este sol hoy amaneció amargado.
-No seas niña.
Cinco minutos después me baje de
aquel infierno y me dirigí hacia la única sombra en kilómetros; bajo un árbol
al lado de un cementerio. Solo deseaba que me recogieran pronto. Los
cementerios me producen el mismo terror de día que de noche. Aquel cementerio
era algo abandonado. Pero a los muertos le daba igual. Me detuve a ver las
flores. Era evidente que hace mucho no eran reemplazadas. Pero a las tumbas eso
les daba igual. A lo lejos se veía acercarse una figura. La única figura humana
aquella hora. Así que dude si estaba viva o era un muerto más buscando cambiar
las flores que su familia ignoro. Se detuvo frente a una tumba, al lado de un árbol
seco. Se persigno. Y empezó a hablar. Solo veía mover sus labios de manera
desordenada. Los movía sin parar. Tal vez le daba igual hacerlo así porque era consciente
que nadie le escuchaba. Era un anciano con ropa elegante. Se agacho y con sus
manos limpio aquella tumba. Aun yo dudaba si era su propia tumba, o la de su
inerte amada. Al cabo de dos minutos se marchó. A lo lejos lo vi subirse a su automóvil.
Los muertos no manejan, así que comprendí que la tumba no era suya. Una esposa,
un hijo, una madre, un amigo que le debía dinero y fue a insultarlo. No lo sé.
Aquel viejo veía tan pronto su muerte que la visitaba para acostumbrarse a su
eterna compañía. Al rato llego mi novia.
-¿Por qué tan pensativo?- Preguntó
mientras veía a través de la ventana del automóvil.
-Si el sol se muriera. Creo que no visitaría
su tumba.
-No seas niña.
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